No sé si usted sabe cuánto daño le ha causado su conducta a su marido. Entérese, señora: a su marido no lo respeta nadie.
No
lo respetan quienes, desde el empresariado, hablan de su sensatez
cuando, en realidad, ellos confunden la sensatez con el sometimiento. No
lo dude, señora: si el presidente de la CONFIEP
tuviera alguna queja la llamaría a usted, no al ministro sectorial y
fantasmagórico que con usted coordina ni al "primer ministro"
holográfico y decorativo que hoy apellida -creo- Cornejo y que estará
allí hasta que a usted se le ocurra. Nunca como ahora las palabras
"primer ministro", "gabinete", "Ejecutivo" han sonado tan vacías.
No
respetan a su marido, señora, los peruanos que votaron por él creyendo
que, de ganar las elecciones, él sería quien gobernaría el país. ¿Sabe
usted que la actual popularidad del presidente llega al mísero 13 por
ciento en el sur del país? Señora: su marido ganó las elecciones gracias
al sur, que quería un cambio y que supuso que el cambio prometido por
Humala se cumpliría apenas pisara palacio de gobierno.
¿Recuerda
usted cuando acompañaba a su marido a los estudios de TV y en las
pausas comerciales le exigía más claridad, más definición y más radicalismo seductor? ¿Creía usted en
todo aquello o estaba construyendo el fantoche que la llevaría a la
cima, a la portada de "Hola", a las confidencias con los principales
ejecutivos de las grandes empresas?
Eso lo sabrá usted en su
fuero interno. Lo que sabe la gente es que de aquel Humala que
convocaba a los peruanos a cambiar algunas cosas no queda nada. Bueno,
queda lo que vemos: un hombre inseguro, un presidente usurpado, una
sombra, un modo del silencio.
Y no es que las promesas del Humala
original anunciaran el apocalipsis. Nadie en su sano juicio quería el
estatismo canceroso que ya conocíamos ni las nacionalizaciones forzadas
que recordábamos como pesadillas. Nadie quería, en suma, un remedo
soviético ni una sucursal cubana ni una imitación chavista en el Perú.
Lo
que muchos querían -y para eso hicieron ganar a su marido, señora- es
que esta republiquita plutocrática, donde sólo manda el dinero, fuese
sustituida por una república de todos. Lo que querían los que se
volvieron humalistas ante la posibilidad de que Keiko Fujimori
accediese al poder es que los trabajadores volviesen a tener voz, que el
Estado regulase de veras, que la CONFIEP no gobernase a periodicazos,
que la agricultura de consumo interno fuese atendida, que algunos
aspectos de los TLC pudiesen ser renegociados, que la minería fuese
una gran opción pero no la única, que el Estado pudiese tener (como en
Chile o Colombia) empresas que contribuyeran a una más justa fijación
de algunos precios. En suma, que el "modelo fujimorista" que la CONFIEP
procreó en barraganía con los periodistas que hoy se sienten portadores
de la "única verdad" fuese corregido en parte, matizado en algunos
aspectos, rectificado creativamente en otros.
¿Ve usted, señora? De eso se trataban los cambios que su marido juró realizar. Nada del otro mundo.
Y
sin embargo, nada se ha hecho. Su marido pudo ser el mandatario que
humanizara el liberalismo extremo que Fujimori impuso con un golpe de
Estado. En vez de eso será recordado como un fraude, como un mentiroso,
como un intermedio. Y usted, señora, que dice quererlo, ha contribuido
decisivamente a la devastación política de su pareja.
Sus últimas
intervenciones, señora Heredia, han rozado el golpismo y han
constituido la más grosera intromisión de una persona sin cargo oficial
ni responsabilidades formales en el manejo de la cosa pública.
¿Se
siente usted triunfante? Desde el poder que le ha cedido su marido las
cosas se pueden mirar de un modo muy torcido. Sobre todo si, como es
el caso, son los aduladores a sueldo quienes la estimulan a seguir su
plan usurpador.
Emboscar a Villanueva empleando a Castilla -ese
ujier de la CONFIEP, ese ideólogo de "El Comercio"- es algo que sus
amigas incondicionales deben haber festejado entre risotadas. Pero sus
amigas, señora, no son el país. La mayoría de la gente está harta de
usted. Harta de su insaciabilidad, de su amor por la figuración, de la
flagrante inmoralidad que consiste en construirse una imagen de perfil
electoral con los ilimitados recursos públicos. Harta, en fin, de su
indiscreta manera de ambicionarlo todo. Y harta de que su afán de ser
lideresa subida en los helicópteros oficiales y repartiendo regalos
subsidiados por quienes pagan sus impuestos sin duplicarse el sueldo
haya supuesto erosionar la institución de la presidencia de la república
y menoscabar, hasta el patetismo, la figura de su diluido cónyuge.
Señora:
el pueblo eligió a su marido para que hiciera los cambios que prometió
hacer solemnemente. El pueblo no la eligió a usted. Si el Perú fuese una
telenovela de mal gusto usted sería la exitosa intrigante que llegó a
la cima pisoteando derechos ajenos y duplicando los propios. Pero como
el Perú no es todavía, felizmente, una telenovela -aunque a veces, con
su protagonismo zampón, lo parezca- el daño institucional que usted está
causando puede ser un peligro para la estabilidad democrática.
Sí, señora. Aunque los sobones no se lo digan tiene usted que saber que se ha convertido en una amenaza.
Porque
al pueblo que su marido engañó le importa un comino eso del "gobierno
en familia", eso de "la pareja cogobernante", eso de la señora
protagonista. A la herida del programa olvidado y la traición añade
usted el agravio de la suplantación. Ya es mucho. Y sus ideas, por otra
parte, señora, no tienen el brillo que su entorno le dice que tienen.
Son tan originales como el odriísmo, como el pradismo, como el
beltranismo. Usted podría ser la muy guapa bisnieta de Enrique Chirinos
Soto, que pensaba como usted pero que tenía el don del lenguaje y la
gracia de la buena sintaxis.
Pregúnteles usted a los cusqueños
alzados si oponerse a la elevación del sueldo mínimo es algo que el
pueblo deba agradecer. Porque, señora, aclaremos este asunto de una vez
por todas: su injerencismo descarado no tiene como fin rescatar a su
marido del secuestro derechista del que ha sido víctima. Al contrario,
cada vez que el pálido Humala puede hacer algo por quienes creyeron en
él, allí está usted, embajadora de los grandes intereses, conspirando
para que "todo vuelva a la normalidad" y para que la derecha la acoja
como una de las suyas. ¿Cree usted que la derecha la siente como una de
las suyas? Se equivoca. Para ese papel están Keiko, PPK y hasta el
García reconciliado que hoy habla del gas esquisto como salida
energética del futuro (sin pensar en los pavorosos daños ambientales
que su búsqueda ya está causando en los Estados Unidos). Alguien,
señora, ha planteado, exageradamente, la vacancia presidencial. A quien
habría que vacar es a usted.
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